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Churros con chocolate
de mis vacaciones zaragozanas

Antes, unas pocas pesetas y hoy en día unos euros.

 

  • Basta con sentarse en la terraza de un bar y pedirle al camarero: "Un chocolate con churros"

Foto P.Darne

Si sólo he de conservar un único recuerdo gustativo de mis numerosas estancias en España, éste es…
Estamos por la mañana, el calor veraniego que emploma las tardes zaragozanas no se ha instalado todavía. Hemos tomado el trolebús de dos pisos para llegar hasta el centro. Bajo los soportales que bordean la calle principal cuyo nombre olvidé, hace fresco. El bar es bastante acomodado, mi tía presume de su pertenencia a una middle classe a lo americano, ella es quien me dará a descubrir mis primeras amburguesas.
Nos colocamos con algún ceremonial en torno a una mesa redonda, los camareros tienen cierta clase. Y entonces, nos sacan unas tazas grandes llenas de un maravilloso chocolate  espesísimo en el que mojar los mejores churros que comí en mi vida.
Me gusta el contraste entre el churro crujiente y la untuosidad de la bebida. La sencillez del manjar es para mí y mis papilas completamente representativa de la comida española, sabrosa, eficaz y sin cumplidos.
Hubiera podido evocar del mismo modo otros ambientes de bares, más relajados, en los que cada cual se sirve en la barra, indeciso ante las múltiples variedades de tapas. Pero mi preferencia va a aquella atmósfera algo romántica, vinculada en mi mente a «Vacaciones romanas», la historia  encantadora de un encuentro entre un periodista descarado y una princesa traviesa, que tanto me gustó en mis años color de rosa.

                                                       Lolite Dugit, Grenoble (38)

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