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En una olla se pone a calentar
el agua con laurel y sal. Cuando rompe a hervir se echan los percebes y
cuando empiezan a formar espuma se retiran y se escurren.
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Se sirven calientes o fríos,
según el gusto, en patela o en fuente, decorados con hojas de hiedra o de
limonero. Para comerlos se separa con la uña
del pulgar la concha del crustáceo del caparazón que cubre el pedúnculo,
de forma que éste quede unido a la concha. Se come la carne y la uña del
percebe se chupa.
Esto es más que
exquisito. ¡Qué sabor!
El gallego ha mariscado
desde los días prehistóricos y ha sido tradicionalmente un gran comedor de
ostras crudas o en escabeche que se conservan en unos barrilitos. Las murallas
de Lugo que necesitaron docenas de toneladas de conchas de ostras para su
construcción son una prueba de esa afición.
Mi padre, un hermano y yo somos gallegos, nacidos en El Ferrol, una
hermana y cuatro hermanos más, nacieron en la Base Naval de Mahón (Menorca). Lejos de
nuestra patria, las buenas noches a orillas del mar de aquellos años, las
sueño con nostalgia. Aquel sabor de tantos mariscos que da el mar, aún
lo saboreo en mi paladar.
Papiño nos hablaba del mar y reavivaba nuestros recuerdos cuando degustábamos
las ostras crudas y las ostras en escabeche que mis abuelos preparaban. Durante muchos años las recibíamos para las Navidades,
con escupiñas, cigalas, centollas, choquiños. Pero para mí, el mejor sabor
que guardo es el de los percebes. Cuando pienso en él me entra la morriña.
Cheliño Vázquez Seco,
Albertville (73)
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