Existen varias anécdotas que podría contar de mi niñez, ya en los antaños tiempos de finales de los treinta o comienzos de los cuarenta del pasado siglo.

Recuerdo mi infancia en un pueblo de la provincia de La Coruña que se llama Puente Deume, situado precisamente en la desembocadura del río Eume. Existe un puente de piedra que atraviesa la ría, del otro lado El Arenal con un bosque de pinos que llegan cerca del mar donde existe una hermosa playa que según mis ojos de niño debe hacer dos o tres kilómetros de largo, formando círculo.

Nos acercámos en esta playa, al borde del mar, pisábamos suavemente la arena y salían a flote unos moluscos llamados berberechos, los cuales abríamos uno contra otro. Los lavábamos en el agua para sacarles la arena y nos los comíamos cruditos y puedo asegurar que estaban muy buenos.

¿Y los mejillones?

Mi hermano y yo teníamos unos amigos, hijos de pescadores, y a partir del mes de septiembre (los moluscos se cogen durante los meses que tienen R (erre), los otros está prohibido pues es la época de la reproducción, se pasaban los días cogiendo mejillones en la ría a marea baja ya que cuando sube pasa de casi cero a tres o cuatro metros.

Al atardecer, la familia ponía en unas grandes ollas los mejillones recogidos, abriéndolos al fuego. Cuando los mejillones de la primera olla estaban abiertos, los jóvenes nos poníamos al rededor y nos dedicábamos a separar la cáscara del mejillón. Y nos decían que nos podíamos comer los que queríamos. Pongamos que nos comíamos uno cada diez, pero que ricos estaban recién cogidos  de las rocas con todo su gusto marino.

José,
Echirolles (38)