Dalí
2004 |
|
|
Abrí los ojos.
Había cara a mí, un hombre y un magnífico caballo blanco. Divisaba a lo
lejos colinas. No había un ruido. Era muy espantoso. Grandes nubes negras
recubrían todo el cielo; tenía miedo. Tenía la impresión que era el último
día de mi vida porque todo aparecía ser sin vida: el hombre, el caballo pero
los árboles también. Pensaba que era el fin del mundo.
|
Soy el caballero del cuadro. Con mi caballo, la muerte va traendonos hasta un mundo desconocido. Me siento viva y muerta. ¿Peró que es estar muerta? ¿Estoy realmente muerta? Puesto que ya no me siento viva, es probable que estoy muerta. No se puede describir esta sensación, nada comparable en toda mi vida. Y la muerte, esta señora atractiva, fascinante, irresistible, quiero seguirla. Además mi caballo ya ha sucumbido a su encanto. Siento un contraste en mis sentimientos,¿ A quién quiero seguir? ¿ A La vida o a la muerte? Me ha llevado la muerte...un sentimiento de tranquilidad... |
Soy el amigo de la chica que está representada en el centro del cuadro. Se llama María. Pero nadie me ve porque Salvador Dalí no ha representado mi rostro y mi cuerpo. Miro la complicidad que existe entre mi amiga y el caballero. Este cuadro es abstracto dado que no estoy con el caballero sino que María es con él. Digo eso porque es mi caballero ! Se llama José. Pero María conoce mi caballero. Le gusta mucho por eso están juntos. Sin embargo, no soy un hombre celoso. Admiro la belleza de mi amiga y de mi caballero. Estoy escondido en el cielo. ¡Estoy embelesado! |
Vestida solo de una gran sábana, no hago un movimiento, no respiro porque soy la muerte que opreso a todos los hombres del mundo, y espero a esta chica, arrodillada delante de mi servidor, un caballo negro como la noche. Espero en la niebla que esta joven mujer, magnífica criatura de la naturaleza, apague con las lágrimas de su sufrimiento las llamas de su vida. Espero con impaciencia que suelte la pequeña esfera conteniendo su último soplo. Representa la vida, tesoro sublime del que me alimento y que me subyuga. Pronto sucumbirá a mi llamada para regalarme su suculento savor dulce. Se acercará ligeramente con su gracia natural en el camino que le dibujará mi poder hipnotizador para estrellarse la alma contra mi cuerpo glacial.
|
Me inclino hacia mi caballo. Veo a la muerte a lo lejos. Nos mira. Sé que está esperándome. Pero quiero olvidarla una última vez. Fijo mis ojos en los del caballo. Tengo la impresión de que entro en un nuevo mundo, de que me escapo de la realidad mirándolos. Ya no hay nada de importante. Ya no hay nada que existe. Ya no tenemos cuerpo, la muerte ya no es allí, somos sólo esta mirada. Aprovechamos de cada segundo que podemos aún compartir. Quisiera quedarme en sus ojos por la eternidad protegida por esta fuerza invisible. Pero ya oigo un sibildo estridente. Deseo sólo haber soñado. Pero sé que no puedo elegir. Tengo que ir ahora. El caballo cierra los ojos. Sé que ha comprendido. Y sólo ahora desvio la mirada de él para mirar a lo lejos, donde tengo que ir, hacia el incógnito. Y con un paso lento pero decidido, me voy siguiendo a la muerte. |
Andando por la planicie, ví a una mujer con una manzana en la mano. La levantaba como si fuera una ofrenda al Cielo para que la protegera de la muerte. Pero la sombra de la muerte apareció en la noche saliendo de la niebla. La mujer, con su largo pelo de ángel, creió su ultima hora llegada. Veyendo la escena que pasaba delante de mi, mis ojos se llenaban de horror. En este momento, un relincho llegó hasta mis orejas. Era un caballo que parecía volar en la noche. Creí que era el caballo de la muerte, pero, lo que me extrañó es que parecía querer proteger a la mujer. Se erguió delante a la muerte, intentó pisarle. Pero, la muerte es indestructible y nada ni nadie puede pararle. Entonces, el caballo miró por la ùltima vez a la mujer con la manzana, y empezó a evaporarse en el aire. Esta imagen se quedará grabada en mi espíritu hasta el fin de mi vida. |
Me despierto
en un mundo extraño, no común…
|
Entro en el cuadro y me encuentro en este paisaje con colores frías,
misteriosas…
|
Acabo de
pasar las Montañas Azules, estoy caminando a través de un desierto. El cielo
es verde: seguramente va a llover no obstante puedo ver al sol que
trasparece detrás de las nubes amontonadas. De repente veo a una figura que
se dirige a mi, no me mira, no mira nada, sigue caminando sin preocuparse
de lo que se encuentra en su camino. |
Desde la
sombra de su pierna, tengo que levantar la cabeza hasta el dolor para
percibir el hombre en toda su altura. Arrodillado, su pelo bajando por la
espalda -a menos de que sean los crines del caballo o las nubes- ,el cuerpo
esquelético borrándose en el agobiante aire verde, tiende hacia el cielo un
sol vaciado de llamas como en una última ofrenda al Dios Caballo. |